Constelaciones de pizarra

martes, diciembre 13, 2011


Se me ocurrió demasiado tarde. Hacia el final de la cátedra de Teoría Social que en la Flacso me impartió Alexei Páez, pensé que hubiera sido una gran idea tomar fotografías de la pizarra luego de sus clases. La superficie terminaba copada, de esquina a esquina, y el blanco que alguna vez tuvo hace rato que era un gris pastoso. Los marcadores de todos los colores se le terminaban pronto porque un impulso desenfrenado le obligaba a escribir lo mismo que hablaba. Esquematizado, sí. Revuelto. Destrozado con su maldito arte para desbaratar las certezas, estructurado caóticamente con figuras amorfas, con subrayados de tres y cuatro jalones, con encerrones en círculos y con explosiones de tinta donde los acentos debían ponerse; con flechas oblicuas, cóncavas, convexas, entrecortadas, que corrían de vértice a vértice para señalar el encuentro entre dos y más puntos, entre tantos pétalos y granos lanzados en ese terreno generoso que era su pizarra y que al final de cada clase se dejaba llevar guardado en el pensadero para que la noche ya no fuera la misma sino otra, vista desde esos croquis mentales que en su desorden eran ventarrones de razón; desde esas constelaciones locas que eran tratados de la más correcta sapiencia.

Hubiera sido fácil. Y hermoso. Pero no fue. Imagino las fotografías impresas del mismo tamaño que el pizarrón, y al pie una nota simple: Marx, Weber, Foucault, Adorno, Benjamin, Habermas y todos esos guías a quienes su genio y su pizarra sirvieron de médium. En la cabecera, el nombre el autor.

Sonrió, como sonreía de lado haciendo tiritar la mejilla, cuando se lo comenté, y me acompañó con resignación cuando insistí en lo de que hubiera sido bueno. Lo hubiera sido para poder apreciar la forma gráfica en la que trabajaba su mente, porque esa impronta estética sobre la pizarra era solamente suya, y porque hablaba de un momento y de un estado del alma, y de su conciencia, que no era la misma plasmada en sus textos estructurados, editados, filtrados. Porque esos pincelazos tipo Stornaiolo embebidos de teoría crítica eran emoción pura, espontaneidad cruda, empatía triangular entre él, el conocimiento y la audiencia.

No serían, sus constelaciones de pizarra, textos de consulta; serían piezas de apreciación, objetos guía que a la vez que contendrían pensamiento mostrarían el trazo frenético de una forma de pensar. Quizás algún día podrían haberse mostrado, en lo íntimo o en lo público, como hoy en un museo de París se muestran las libretas escritas en letra minúscula e ilegible y los recortes de revistas y más documentos de archivo que sistemáticamente organizó Walter Benjamin para la posteridad. Tal vez el registro de sus pizarras furiosas podrían haberse mostrado junto a los manuscritos de sus textos, a sus lentecitos de carey, a retratos suyos con ese perfil de cacique incaico o a fotografías de los gatos que le acompañaban y que, si no recuerdo mal o no me lo estoy inventando, se llamaban Cat Stevens el blanco y Black Sabbath el negro.

Qué más da. Se fue y la idea es sólo eso.

Alexei Páez (1959 - 2011)



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5 comentarios

  1. Maria Eugenia Jativa Espinosadiciembre 16, 2011 7:11 p. m.

    Que envidida haber tenido un maestro de la talla de Alexei. Tengo una ventaja sobre usted, lo conoci cuando tenia 7 a;os y vencia al ajedrez a mi joven esposo de 24 a;os. Tuve la suerte de conocer a su padre y ser muy amiga de su madre Nadia, quien me ense;o a pensar y a disentir. Odio que las personas mas jovenes que yo partan antes e irremediablemente. Que perdida tan terrible para el pais y para todos.

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  2. Más bien, qué suerte la suya, María Eugenia, por haberlo conocido durante tanto tiempo! Y qué suerte también que usted siga por aquí para contarlo... no debería ser motivo de molestia, digo...

    Un saludo y gracias por su comentario:

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  3. Maravilla de texto. Gracias por escribirlo.
    Att. Gregorio Páez.

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Extraordinaria semblanza, a venezuela me traje con celo los apuntes de sus clases en los que intenté plasmar esas maravillosas constelaciones.
    Gustavo Bastardo

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